LAZOS HUMANOS Y ESPIRITUALES



Aquel día lejano, recibí su visita. Su perfume a eucalipto rememoró en mi pensamiento aquella noche templada de verano.

Observando su mayestática figura, me percaté de cada arista de su silueta: ilustrada y sobria, cercana e infantil.

El girar de su rostro contemplando el resplandor nocturno de las traviesas estrellas, provocó un particular firmamento: inescrutable y enigmático, como su propia naturaleza.

El fulgor de su generosa sonrisa, me incitaba a sonreír con él, siguiendo un único compás: la sinfonía que marca un corazón henchido de alegría.

Las vibraciones de sus múltiples gestos, espontáneos y poco estudiados, que al anochecer acariciaban mi piel, estigmatizaban mi cuerpo y recordaban mi destino.

La suave melodía de su aliento en mis oídos, el palpitar de su corazón cada madrugada, embriagaba todos mis sentidos, que atentos escuchaban la suave melodía de la partitura del Universo. Todo su ser era fascinante en él.

Y con él, todo era grande, excelso. Compartir un segundo conllevaba la entrega voluntaria de toda una vida. Vivir con su devoción, escuchar la dulce melodía de sus labios, saciando con sus palabras al más desvalido de los hombres, me hacía mejor persona.

Mi bondad se expandía, abarcando cada átomo y movimiento de este mundo mutable e incierto.

Recortó las malezas de mi corazón, sembrando un jardín floreado de tierras húmedas y frondosas, lejos de la desértica ignorancia del ser humano.
Nuestro amor, fuera de cualquier egoísmo, grande y convexo, flexible y diverso, acariciaba a todo aquel que desamparado de sentimientos sinceros buscaba calor en su mundo frío y obsoleto.



En su alquimia espiritual, yo cooperaba a su lado. Su transmutación era la mía, ya que nuestras almas vivían unidas en ese estado perdido y tan esperado...

Materializábamos un mundo mágico y celestial con la arcilla de las numerosas inquietudes que nuestros pensamientos imaginaban. Infundíamos fuerza, alegría y misterio a todo aquello que nos preocupaba.

Era la ninfa de sus sueños plateados, el despertar de sus deseos más humanos: su confusión y armonía, su tregua y su batalla.

Ni la pirámide más alta pudo hacerme divisar el paisaje más hermoso.
Ni la imaginación de un astrónomo pudo estar más cerca de las estrellas.
Comprendo su partida, su vuelta al mundo, a la realidad de la vida.
Comprendo que la amplitud de su mundo, se estrecharía si se quedara a mi lado.
Su amor es tan grande y verdadero que no quise ni supe retenerlo.

Hoy en día soy feliz: camino, respiro, vivo, siento. Tengo mis anhelos y maravillosos recuerdos en un cofre escondido en mi corazón.

Soy feliz. Y cada mañana al despertarme, miro el brillo del sol y, anfitriona de la mañana, saludo la llegada del nuevo día: ”Buenos días, divina mañana; buenos días, magnánimo sol... sé que su mirada os estará contemplando”.



ANGEL SANZ GOENA
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1 Response so far.

  1. Saber apreciar la belleza de lo que nos rodea es un gran paso en nuestro crecimiento espiritual, y sobre todo el apreciar ese maravilloso cofre que tenemos escondido en nuestro corazón y que es capaz de transformar todo aquello que tocamos.
    Gracias Angel por compartir tanta sabiduría.
    Un abrazo amigo

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