MIRADA DE AMOR


Aquellas personas que hemos recibido amor en nuestra infancia, como en nuestra pubertad, unido a los propios criterios de unos padres que querían lo mejor para nosotros como hijos, en una recta, ordenada, a veces severa, pero eficaz educación, no podemos comprender un relato como el de tantos hijos que se han rebelado ante las conductas de sus padres, por desafíos, desencuentros, olvidos, indiferencias y otras actitudes más propias de un desencanto que de un cálido encuentro de seres humanos en una misma familia, en un mismo germen, como células destinadas a convivir unidas en un mismo cuerpo familiar, que es el mismo modelo que las células del cuerpo físico.

Pues bien, hablando con una persona me interesó conocer más en profundidad su desencanto y, como no, su necesidad de haber sentido un verdadero amor de su familia, de su lugar más cercano en esta tierra y, sobre todo,de su padre.

Él, cuando era hijo, se rebelaba ante planteamientos de su padre, de su excesiva rectitud y de su desorientado, parece ser, modelo de educación. Creo que la educación no es exclusivamente un sistema jerarquizado de enseñanzas sobre lo que debe aprender un hijo, sino de transmitir una formación personal tanto interna como externa, pero siempre derivada del amor, del cariño, de la exquisitez más acentuada del ser humano, aunque haya precisiones de fórmulas que deriven a cierta firmeza y disciplina.

Como decía anteriormente, esta persona rechazaba la potestad del padre, pero no por su autoridad sino por su desigualdad entre seres humanos: por la carencia de amor en sus actos y palabras. Tales asignaturas de aprendizaje no eran consecuentes con lo que él pensaba sobre el amor de padres a hijos, de la consideración de un bloque familiar, donde reinara la estabilidad inestable o la inestabilidad estable, según las circunstancias que vivieran en cada momento.

Él no entendía como en un hogar sencillo, donde la economía estable no podría resquebrajar ninguna fortaleza y donde había preparación y medios para ser una familia feliz, en equilibrio, aun con las carencias propias humanas, no fuera así.

Su sabiduría, mayor que la de su padre, aun siendo un niño, le delataba la poca calidad paternal, la ínfima disposición al encuentro con el amor y la escasa disposición a aprender o a aceptar su inútil cualidad paternal.

Dentro de su comprensión y máxima educación, intentando no violentar a sus padres ni incomodar la posición maternal y paternal, ajustaba sus exigencias a la mínima expresión: rebelarse de vez en cuando a la potestad paternal.

Pero eso no le redimía de no poder superar la escasez de amor y de comprensión de su padre. Latidos permanentes en su corazón que le lastimaban. Llantos a la luz de la luna que le permitían desahogarse de su tristeza. Aceptaciones diarias a su desencanto permanente. Y sonreír donde la angustia era perenne.

Un niño muchacho que fue creciendo en el vacío, en la nada correspondida de un abismo profundo. Hombre que fue aceptando la verdad de su destino y que se abnegó al amor familiar. Solitario de hermanos, su madre le amaba con esmero, como hacen las verdaderas madres, pero quedó en el cuerpo de su alma los latigazos de una educación carente de amor, aunque las intenciones eran las más notables.

Ese niño muchacho es ahora un hombre y camina aún sediento de un amor que necesitó en su niñez y que el sendero del silencio le perturbó año tras año, quedando una secuelas que intenta redimir a través de una educación hacia sus muchos hijos.

Es un hombre redentor de corazones; ama a su familia como el Dios que ama a la Humanidad; desea lo mejor a cada persona que comparte su vida; es un marido complaciente y responsable; delimita el bien y el mal; y su sabiduría se encarna en muchas almas necesitadas de conocer su verdadero camino: pero siempre tiene pendiente en reencuentro con su padre, allá en el lugar donde se encuentran todas las almas.

Y él, aun con sus silencios maltrechos, sus soledades heridas y sus miradas perdidas en el antaño, eleva su mirada deseando que el alma de su padre sea una de las más iluminadas.

Él se rebelaba, para que cambiara su actitud firme hacia la benevolencia del amor. Pero, aun sin haber conseguido su realidad, sigue amando extremadamente a su padre, porque llegó a comprender que hizo lo que sabía y siempre bajo el mejor fin para su hijo.

Cada día pasea con él por el parque, lo acompaña y le sigue preguntando por qué no supo reaccionar al reclamo del amor, de un pequeño cariño, de una comprensión como hijo y como ser humano. Siguen caminando juntos y ahora, precisamente, cuando andan por debajo de los árboles, su padre le coge de la mano y le pregunta por sus nietos, desde un pequeño lugar del firmamento.



ÁNGEL SANZ GOENA
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4 Responses so far.

  1. Muy triste, pero cierto, a veces hay padres que entienden que las manifestaciones de amor son señal de debilidad que no se pueden permitir porque iría en detrimento de una correcta educación. Como bien dices, cada uno da lo que tiene, pero siempre con la mejor intención.
    Te dejo un abrazo Angel.

  2. hola:
    un poema lleno de amor, remembranzas para quienes se nos adelantaron en este camino de la vida.
    recibe un fuerte abrazo

  3. Muchas desgracias se han gestado en el seno del arbol familiar. Muchas, muchas. Es tarea heroica y casi sobrehumana, sobreponerse a ellas. Y además, los errores se tienden a repetir, generación tras generación. Aquel que es capaz de cortar con ciertas pautas heredadas y crear una relación más sana con su progenie, es digno de elogio.

  4. Ángel, un texto que me ha producido una gran tristeza, pero que no por eso dejo de ver su belleza.
    Te dejo un abrazo.
    Humberto.

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