DESACATOS AL SER HUMANO



Lo que nunca debe perder el ser humano es su libertad. Cuando el poder se provee con el mandato más que con la ilustración de dirigir y el acceso a que las iniciativas personales sean una realidad, el éxito es un impostor que aparece repentinamente, sin olvidar el sistema dictatorial e impositivo.

En cualquier colectivo de una sociedad, aquel que dirige debe ser el líder representado por sus colaboradores, sea cual sea su distinción. Aquel que ejerce el liderazgo como mandato está fuera de las leyes propias del sentido liberal y el resultado se acerca más al caciquismo.

El poder político está obligado a buscar la máxima eficacia hacia la sociedad, sin leyes impositivas ni prohibiciones permanentes, permitiendo que las decisiones de los seres humanos que componen esa sociedad sean suyas, con sus propios errores. Para eso ya hay leyes jurídicas que bloquean la libertad hacia aquellos que incumplen las propias normas de convivencia.

El ser humano sabe lo que debe hacer, pero no debe haber leyes políticas para conducirlo permanentemente desde que se levanta hasta que se acuesta de nuevo. ¿Dónde estaría la evolución si hubiera un gobierno que dirigiera siempre?

En primer lugar, condiciona la libertad humana. En segundo lugar, llegaría a ejercer un poder absolutista sobre su propia oligarquía, sus necesidades y sus prioridades. ¿Es eso justo? Pues creo que vamos caminando en ese sentido.

Los poderes políticos están para solucionar los problemas de los ciudadanos, con los impuestos que se pagan y con el esfuerzo en su trabajo, lo que permite que ese país se desarrolle a nivel nacional como internacional. Y no para ejercer una autoridad más allá de lo que les corresponde, utilizando el dinero a su antojo, creyendo, además, como si tuvieran un acceso a él por ley personal.

El ser humano es mucho más que un objeto en la sociedad: es el motor de la vida. Cualquier ser humano tiene derecho a cubrir sus necesidades vitales, con libertad y autonomía, y debe haber mecanismos para que así sea. Pero no a través de la posición de un gobierno que ejerce el autoritarismo.

No debe haber distancia entre los políticos y la sociedad, y si tuviera que haberlas, la sociedad está por encima de los políticos, porque los que a través de su trabajo, esfuerzo y sacrificio sacan a la nación son, precisamente, los seres humanos, personas que componen la colectividad del país.

Creo que ya es hora de que los políticos comprendan que su función es meramente pasajera, por un tiempo limitado, y que están a disposición del pueblo soberano y no por encima de él. El político es el que, con su capacidad intelectual y técnica, cumplimenta todas las necesidades del país, desde una posición de garante, de calificación, y no de ignorancia, despotismo, arrogancia o egoísmo personal, esclavizando a la sociedad en su propio provecho.

La sociedad debe estar despierta ante las amenazas de los políticos que invaden el derecho constitucional, el derecho humano de libertad y debe exigir con firmeza que las arcas estatales sean para la propia evolución del país, desde la intelectual cultural y científica hasta la empresarial y económica, ofreciendo los máximos beneficios sociales dentro de un sistema liberal y no marcado por los propios dominios estatales.

Cada estamento de la sociedad debe ser eficiente y ahí es donde se debe poner mayor ahínco. El político inteligente, capaz de liderar un gobierno, pone a las personas más adecuadas. Caso de no ser así, pondría a mediocres, para no tener competencia, de tal modo que tendría su superioridad por la propia inseguridad personal.

Si alguien así es presidente de un gobierno, ¡pobre nación! Como ser humano, cualquier presidente puede cometer errores. Además, cuando se está a unos niveles tan elevados, con unas decisiones tan relevantes, el error le persigue siempre. Pero del error a la ignorancia hay un gran trecho.

Por ello, los desacatos al ser humano no se deben permitir, porque lo que representa la persona, su simbolismo como realidad, va mucho más allá que el simple hecho de ser un presidente de gobierno con poder.

Y entrando más profundamente en política, ¿no es un coste innecesario las autonomías? ¿O sería conveniente regularlas de otra manera, para que hubiera menos gastos? Y ya pronunciándome en estos términos, ¿deberían existir embajadas de autonomías, con los presupuestos que ello conlleva, teniendo las propias del país? ¿Es que hay autonomías superiores a otras?

Creo que todas estas preguntas deberían ser reflexionadas por los políticos y, como no, por los ciudadanos, que somos quienes mantenemos con nuestros recursos los presupuestos de España.



ÁNGEL SANZ GOENA
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